Por Santiago MOLINOS @santiagomol51

No existe un tema más tabú que el demonio. Desde una concepción teológica de la sociedad, se nos han inculcado unos valores basados en la tradición cristiana que propugna la repulsa hacia todo lo que se muestre en contra de los designios y mandatos de Dios. Incluso el arte, que siempre se ha mostrado rebelde, contestatario y revolucionario contra las normas establecidas, muestra miedo, respeto y resquemor ante una dimensión desconocida y peligrosa.

En primer lugar, hay que señalar que existen muy pocas obras dedicadas al diablo o al infierno. Tal vez incluso los más osados artistas experimentan un recelo, terror o escalofrío por todo el cuerpo cuando se trata de representar una obra que no sólo va en contra de la moralidad, sino de todo lo que es bueno, quebrando los principios esenciales de la existencia humana y condenándola a un castigo eterno de fuego y angustia. El Séptimo Arte, se ha encargado de mostrarnos al diablo como un ser desagradable y maligno en películas como “El Exorcista” de William Petty. Sin embargo, nosotros iniciaremos un viaje para descubrir las entrañas mitológicas y supersticiosas representadas en la obra de numerosos artistas que han traspasado todos límites aceptables realizando creaciones que por su contenido bien podrían haber acabado en la hoguera de la Inquisición o destrozadas por un bulldozer del Opus Dei. Porque el diablo representa todo aquello que el hombre teme: la maldad en estado puro que destruye el alma y la arroja al abismo del olvido. La mayoría de las obras de temática religiosa adoptan la cara afable y simpática de vírgenes impolutas o el sacrificio de Jerónimos penitentes que buscan la redención a base de pedradas o hambre. Un tema recurrente y fácil de asimilar para épocas en las que representar lo contrario (a no ser que fuera sometido) suponía una herejía intolerable.

Dejando pues a un lado esa visión medieval de castigo y pecado veamos las principales obras realizadas con el semblante del “Príncipe de las Tinieblas”

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Ricardo BELVER, Fuente del Ángel Caído, 1885, Parque del Retiro, Madrid

Para encontrar arte demoníaco no debemos ir muy lejos. En el Parque del Retiro, la Fuente del Ángel Caído o Monumento del Ángel Caído. Es una obra insólita y única que representa la colaboración de varios genios en su elaboración. Ricardo Bellver se encarga de la elaboración escultórica, Francisco Jareño del Pedestal, y la dirección técnica del monumento corrió a cargo del arquitecto municipal Orete.

 

La escultura de granito, caliza y bronce, representa a Lucifer expulsado del Paraíso y fue inaugurado el 23 de octubre 1885, durante la Regencia de María Cristina de Habsburgo. Aunque se erige en Madrid, esta estatua y fuente oscura, fue realizada en Roma por Bellver (1845-1924),  que ganó mediante oposición, una plaza becada por España para completar su formación en la Academia Española de Bellas Artes de Roma. De esta forma podría “empaparse del desparpajo y el genio de los grandes escultores italianos trasladando ese saber hacer a la capital madrileña. Gracias al talento de este escultor puesto al servicio del arte municipal, podemos disfrutar de una imagen que desconcierta y asombra a los nuevos visitantes del parque. En 1877, su tercer año como “becario” en la capital italiana, realizó en yeso su obra más célebre, y un año después, 1878, la presentó a la Exposición Nacional de Bellas Artes  donde obtuvo la Primera Medalla. Bellver es pues un buen ejemplo del eclecticismo predominante que desemboca en una obra colosal y terriblemente expresiva.

El Estado adquiere la escultura por 4.500 pesetas, y la envía a la Exposición Universal de París de 1878, ya que se trataba de una escultura de indudable originalidad en su temática y resolución. Al sólo admitirse en ella esculturas de bronce o mármol, se hizo una fundición en bronce. Después de esta Exposición, permanece en la colección del Museo Nacional de la Trinidad (formado con obras de la Desamortización de 1834 y que luego se integró en el Museo del Prado) hasta que en 1879 su director, Benito Soriano Murillo, sugirió exponerla al aire libre “por lo atrevido de su composición, por su original actitud y también por la materia en que ha sido fundida”. Finalmente, la escultura se cedió al Ayuntamiento de Madrid, quien decidió instalarla en la antigua Fábrica de Porcelanas de la China. Desde 1885 esta estatua preside su plaza homónima rodeada de un jardincillo.

Es lógico que saltara la censura de una época en la que la religión mandaba tanto como el ejército o la corona ya que supone la narración de un hecho de derrota y no ensalzamiento del diablo. Estamos pues ante la victoria del creador supremo y la humillación sempiterna de quien ha osado desafiarle. El escultor ha puesto al servicio del viejo tema cristiano un implacable realismo y una agitación barroca sin precedentes en esta estatua de 2,65 metros. Desde mi humilde punto de vista, en esta escultura convergen y se mezclan distintos movimientos: el Realismo por la fidelidad en la representación, y el Romanticismo por la intensidad dramática del momento y el sentimiento desbordado de derrota y sometimiento. Sin embargo, también observamos influencias clásicas griegas (el Laocoonte y sus hijos al ser atacados por la serpiente) o incluso barrocas (Bernini).  Por lo tanto ahí reside uno de los grandes triunfos de esta escultura: el saber aunar distintas tendencias en una sola escultura y ponerla al servicio público en un parque. El estilo neoclásico (aunque sin la armonía compositiva de algunas de sus figuras) era pues del gusto de la burguesía de entonces que vería la figura contorsionada y musculada como un reflejo del Versalles de entonces.

La figura no representa el típico icono horrible, blasfemo y sucio de la tradición occidental (basado en rabo, cuernos y gesto grotesco), sino que Bellver opta por dar a su creación un toque humano. El ángel es un ser bello, con un cuerpo apolíneo y estilizado que se sostiene a duras penas sobre un altar de piedra. Sus alas no son de murciélago sino de ángel por lo que suponemos que el contexto mitológico tiene relación con la inmediata expulsión del cielo tras rebelarse con sus secuaces ante el poder supremo de Dios. Su rostro indica dolor, sufrimiento y agonía al ser vencido, mientras unas serpientes se enroscan a su alrededor como zarzas que le atenazan los pies. La composición rematada en fuente gana en majestuosidad al ser enclavada en un espacio al aire libre y no “acotada” o presa por los muros de un museo.

A diferencia de otro artistas caídos en desgracia (como mi admirado Vincent van Gogh), Bellver fue reconocido como genio y nombrado académico y director de la escuela de Artes y Oficios de Madrid. En este caso, el artista fue profeta en una tierra donde impera el cainismo y la envidia. Como hemos señalado antes, esta escultura no tiene un movimiento claro definido y a la vez tiene todos en amalgama permanente y desbordante. Eso explica que el romanticismo y el realismo no sean tan claros de separar. En esta época el monumento público encuentra un despegue inusitado vinculándose a programas urbanísticos y arquitectónicos modificando con su presencia espacios previamente construidos. En este caso Satán está representado como un ser joven, adolescente o pre púber, lo que le quita sensación de poder o dominio sobre las cosas.

Como anécdota cabe señalar que la Glorieta del Ángel Caído se encuentra a una altitud topográfica oficial de 666 metros sobre el nivel del mar. Este hecho, supone una macabra coincidencia con el llamado Número de la Bestia en la Biblia Romana que unida a la existencia de una falsa creencia popular moderna según la cual el monumento es un homenaje a Lucifer, ha despertado la curiosidad de individuos aficionados al esoterismo y las artes ocultas, que se reúnen por la noche para realizar ritos profanos en torno a esta efigie maldita.

Muchas personas creen que este es el único monumento en el Mundo alusivo al Ángel Caído, pero esto no es así, pues en la ciudad de Turín, (Italia) existe una escultura de Lucifer en la cima del Monumento al Traforo del Frejus, y en Tandapi (Quito, Ecuador) la obra titulada El poder brutal representa la cara del Diablo. Como hemos señalado, parece que hay más esculturas sobre el demonio, (incluso en las minas de Perú, los niños mineros adoran al “tío” que es el diablo al que representan toscamente para que les proteja),  pero quizás sea la única que representa que antes de ser demonio fue ángel.

La iglesia católica no ha llegado a protestar por esta estatua ya que no la ven como un homenaje al diablo, sino como la representación de un pasaje concreto del Génesis, en el que habla de que Lucifer que era el ángel más bello conocido, desobedeció a Dios y por eso fue expulsado del Cielo a las llamas eternas. En definitiva, la temática original (casi inédita) del diablo, unida a materiales duros como el bronce, el color oscuro, el rostro descompuesto y desencajado, los músculos en tensión, o las caras grotescas con risas maléficas de seres antropomorfos al pie, hacen de esta fuente algo único en el mundo.

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Francisco de GOYA Y LUCIENES, El Aquelarre, 1797-98, Museo Lázaro Galdiano, Madrid

Sin alejarnos mucho del Retiro, llegamos al Museo Lázaro Galdiano, la gran “mansión” de fama internacional, para observar y alabar en todo su esplendor El Aquelarre o el Gran Cabrón (17971798), un óleo sobre lienzo de 43 cm × 30 cm a partir de un fresco del pintor aragonés Francisco de Goya y Lucientes perteneciente a la serie de pinturas negras. Este cuadro fue comprado para el palacio de recreo de los Duques de Osuna, aunque el gran mecenas del arte español José Lázaro Galdiano lo incorporó en 1928 a su colección particular.

 

Poco podemos añadir a lo dicho ya sobre este genio de catadura universal. Nacido en Fuendetodos en 1746, se traslada a Madrid para trabajar en la Fábrica de Tapices, para la que realiza cartones de enorme alegría y vivacidad. Pero luego su amargura al contemplar la guerra, le arrastrará a un decaimiento del que nunca se recuperará y que plasma en sus obras.

Respecto al análisis, debemos considerar el enorme pesimismo, desaliento, y desesperación que invadían al artista y que evidentemente contribuyeron a dotarle de un talento innato para el tenebrismo costumbrista. Goya es un icono evolutivo del arte que fundó el Expresionismo violento mezclado con ciertas dosis de Romanticismo.

Respecto a la temática, el cuadro muestra una reunión festiva y secreta de las adoradoras de Satán. El diablo aparece convertido en macho cabrío rodeado de brujas poco agraciadas con muecas horribles y rostros grotescos que nos retrotraen a nuestras pesadillas infantiles: son figuras apartadas de la sociedad, tenebrosas e inquietantes, y que, según la tradición, mantenían relaciones sexuales con el diablo a cambio de determinadas prebendas o conjuros. El lienzo muestra pues una reunión clandestina en las que brujas ancianas y jóvenes ofrecen niños como sacrificio de carne al “Príncipe de la Tinieblas” que está coronado con lo que parece ser una rama de olivo en contraposición a la corona de espinas de Cristo. Ello evoca la descripción recogida por Mongastón del proceso de las Brujas de Zugarramurdi de 1610 que señala cómo dos hermanas, María Presona y María Joanato, mataron a sus hijos «por dar contento al demonio» que recibió «agradecido» el ofrecimiento.

La escena transcurre de noche y podría constituir el génesis de lo que posteriormente sería el movimiento expresionista. Los tonos oscuros en los que predomina el negro ceniza revelan una atmósfera de desasosiego en la que la iluminación de la escena en torno al macho cabrío es sencillamente magistral. Los trazos son gruesos, salvajes, emotivos, instintivos, y caóticos, pero se unen para dotar de siluetas definidas y rostros castigados con gran carga expresiva y miradas algo estúpidas o ingenuas.

La técnica usada se fundamenta en un toque rápido y vigoroso con gruesos empastes en distorsión alejada del realismo y el uso magistral del claroscuro para aumentar el dramatismo de la escena. Aunque con un colorido más evidente, es como si el fauvista Henri Matisse se plantara en la España de la Guerra de la Independencia. A diferencia de la representación estilizada y un poco afeminada de Bellver, el demonio de Goya es la bestialidad, la brutalidad, la repulsión,  y la suciedad propia de quien se convierte en animal y recibe a niños esqueléticos para devorarlos.

Hemos visto al demonio transfigurado en ángel y bestia. Sin embargo también es capaz de seducir a los hombres transformándose en una bella mujer. Lilith, según la tradición judía fue la primera amante de Adán que abandonó por iniciativa propia el Edén. Más tarde, se convirtió en un demonio que rapta a los niños en sus cunas por la noche y se une a los hombres como un súcubo engendrando hijos (los lilim) con el semen que los varones derraman involuntariamente cuando están durmiendo. Se le representa con el aspecto de una mujer muy hermosa, con el pelo largo y rizado, generalmente rubia o pelirroja, y a veces alada.

Un pintor que ha sabido captar como nadie la esencia del demonio adoptando su forma femenina es John Maler Collier (1850-1934). Collier fue un escritor y pintor británico de estilo Prerrafaelita, y uno de los retratistas más destacados de su generación. El prerrafaelismo, fue fundado por un grupo de pintores, poetas y críticos ingleses del siglo XIX que reaccionaron contra la burguesía victoriana y su arte academicista produciendo obras cargadas de religiosidad y fervor. El grupo se inspiró en la pintura anterior a Rafael y en el espíritu romántico de la escuela nazarena, con el fin de restaurar la pureza medieval en el arte cristiano.

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John COLLIER, Lilith, 1892 (National Portrait Gallery, Washington)

Collier fue uno de los 24 miembros fundadores de la Sociedad Real de Retratistas, de la que llegó a ser vicepresidente. Perteneciente a una familia acaudalada, su pintura al óleo tiene reminiscencias clasicistas que recuerdan en cierto modo a Ingres.

En este lienzo el color adquiere el protagonismo absoluto. A diferencia de Goya, el trazo es cuidadoso siguiendo una tendencia realista que exalta la figura femenina con sensualidad y un toque de erotismo pero manteniendo el rigor religioso. Las formas pues están cuidadas y la voluptuosidad del momento es acompañada por lo que parece un frondoso bosque. Lilith es enroscada por una serpiente, que bien podría ser otra transfiguración del demonio, que es representado con el bello rostro de una joven con pelo rizado y pelirrojo, quizás significando el fuego. Este cuadro es pues la seducción y la atracción del peligro y lo prohibido.

Nos retrotraemos al pasado, concretamente al Renacimiento, para contemplar la obra La tentación de San Antonio. Se trata de un grabado de 29,1 × 22 cm realizado por el pintor alemán Martin Schongauer (1448–1491) conservado en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.

Como pintor, Schongauer seguiría al flamenco Roger van der Weyden (1399-1464), y las escasas pinturas que de él sobreviven parecen bastante, tanto por el esplendor del color como por el exquisito detallismo en la ejecución, aunque en este caso concreto, observamos que el maestro alemán se desenvuelve bastante bien con el monocromo del grabado. Sus temas son principalmente religiosos, pero incluyen escenas cómicas de la vida cotidiana y su obra fue bastante prolífica tanto en calidad como en cantidad.

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Martin SCHONGAUER, La tentación de San Antonio, 1475, Museo Metropolitano de Arte de Nueva York

La tentación de San Antonio (en su extensión correcta: La tentación de San Antonio y San Antonio atormentado por los Demonios) es un grabado que muestra a San Antonio Abad, ascendiendo a los cielos, pero rodeado por una legión de demonios que intentan evitar que alcance su destino. El anciano vestido con una toga monástica mira al espectador con la seguridad de que alcanzará su destino, mientras las huestes malignas le de sus miembros, de su ropaje, y pelo y lo golpean con palos de madera.

En este caso los demonios, son representados como la caricatura blasfema y siniestra que todos tenemos en mente: alas de murciélago, rabo, y cuernos aderezados con caras narigudas y semblantes toscos y amedrentadores. La composición está dotada de una carga emotiva muy fuerte en donde el movimiento genera formas y texturas en tensión. La sensación que recibimos es de agobio y atropello. El color es monocromo, pero usando el negro de una forma magistral con trazos gruesos que marcan el contorno musculado de los demonios y los pliegues de la túnica del Santo. Desde luego resulta imposible meter más elementos nerviosos en tan pequeño tamaño. Todas las figuras representan una bola en la que se magnifica la eterna lucha entre el bien y el mal, a la vez que se alaba la determinación y la serenidad de un Santo que no se somete ante las acometidas salvajes de diablos desbocados. Estamos por tanto ante el estereotipo por excelencia respecto al diablo, y que muchos han escogido para simbolizarle.

Terminamos con uno de los artistas más carismáticos y sorprendentes de toda la historia: El Bosco (1450-1516). Cerca del Retiro y del Lázaro Galdiano está la que es considerada la mejor pinacoteca del mundo: el Museo del Prado. Allí encontraremos pintura religiosa por doquier, pero la mayoría orientada a ensalzar los valores católicos de la época (cuando la “Santa” Inquisición campaba a sus anchas).

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EL BOSCO, El jardín de las delicias, 1500-1505

El jardín de las delicias es una de las obras más conocidas del pintor holandés Hieronymus Bosch (El Bosco). Se trata de un tríptico pintado al óleo sobre tabla de 220 x 389 cm, compuesto de una tabla central de 220 x 195 cm y dos laterales de 220 x 97 cada una (pintadas en sus dos lados) que se pueden cerrar hacia dentro. En este caso, nos centraremos en la tercera tabla dedicada al infierno. Al abrirse, el tríptico presenta, en el panel izquierdo, una imagen del paraíso donde se representa el último día de la creación, con Eva y Adán, y en el panel central se representa la locura desatada: la lujuria. En esta tabla central aparece el acto sexual y es donde se descubren todo tipo de placeres carnales, que son la prueba de que el hombre había perdido la gracia. Por último tenemos la tabla de la derecha donde se representa la condena en el infierno: en ella, el pintor nos muestra un escenario apoteósico y cruel en el que el ser humano es condenado por su pecado en un sinfín de tormentos y suplicios que hielan la sangre al espectador.

El simbolismo, el misterio, y la fascinación se dan cita en una explosión de color sin precedentes en esta obra de corte renacentista pero con reminiscencias pictóricas más cercanas al moderno cómic que otras obras de su época. En este caso, y a diferencia de los anteriores estudiados, el diablo aparece representado con figuras de animales en apariencia inofensivos pero que esconden un gran mal debido a su perspicacia, seducción o inteligencia.

El demonio está escondido pues en los estanques y las rocas que son la guarida de los espíritus malignos. Por ejemplo, en la fuente de la vida vemos una estructura entre mineral y orgánica, con un agujero del que asoma una lechuza, símbolo de la malicia. También en  una roca cuya forma es el rostro oculto del Diablo, surge la serpiente que se enrosca al Árbol de la fruta prohibida. El diablo pues, resalta no tanto por su fuerza física sino por su marcada inteligencia, astucia, y persuasión.

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EL BOSCO, El Infierno, tabla derecha del Jardín de las Delicias, 1500-1505

La tabla de la derecha representa el Infierno y es donde residen más símbolos diabólicos. Mide 220 cm de alto por 97,5 de ancho, y también es conocido como El infierno musical, por las múltiples representaciones de instrumentos musicales que aparecen. Podría ser que la música se asociaría al placer y esto a la condena. Los tormentos del infierno, a los que está expuesta la Humanidad están presentes en una atmósfera volcánica en medio de un paisaje desnudo. Describe un mundo onírico, demoníaco, opresivo, de innumerables tormentos y castigos aplicados a los que se han desviado de la senda “correcta”. Las torturas del infierno son aplicadas sin piedad a los que osan desafiar a Dios

Resulta tremendamente difícil distinguir muchas de las figuras ya que estas son bastante pequeñas y se acumulan caóticamente a lo largo de la composición, pero atendiendo al tema que nos ocupa, destaca un personaje con cabeza de ave rapaz sentado en un retrete, y con una caldera en la cabeza. Se piensa que podría ser Satanás devorando a los condenados y defecándolos en un pozo negro en el que otros personajes vomitan inmundicias o excrementan oro, esto último quizá como alusión a la avaricia. Bajo el manto de Satanás una mujer desnuda es forzada a mirarse en un espejo convexo colocado en las nalgas de un demonio, aludiendo al pecado de la soberbia.

La pintura es colorida y de trazo simple. Se podría interpretar como el dibujo espontáneo de un niño con una imaginación desbordante y de ahí su talento. El color en cualquier caso se encuentra en la parte inferior de la tabla ya que la superior recoge una ciudad en llamas sumida en la oscuridad y el negro. Parece que nuestro autor se adelantó con la técnica del “esfumatto”.

Tras este recorrido por las distintas y escasísimas representaciones demoníacas, podemos legar a la conclusión de que el Demonio no adquiere unos rasgos definidos. Al menos en lo que al arte se refiere, pues cada autor le dota de forma subjetiva de algunos rasgos que considera esenciales según su concepción y que proyecta al color, el trazo o la iluminación compositiva.

 “Por su orgullo cae arrojado del cielo con toda su hueste de ángeles rebeldes para no volver a él jamás. Agita en derredor sus miradas, y blasfemo las fija en el empíreo, reflejándose en ellas el dolor más hondo, la consternación más grande, la soberbia más funesta y el odio más obstinado”.

                                 John Milton (1608-1674).  “El paraíso perdido”, canto I,  publicado en 1667.

Bibliografía consultada:

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REYERO, Carlos (2002): Escultura, museo y estado en la España del siglo XIX: historia, significado y catálogo de la colección nacional de escultura moderna, 1856-1906. Alicante, Fundación Eduardo Capa.

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