Por Álvaro López Peláez y Víctor Mayorga

El 8 de marzo es una jornada simbólica para recordar la necesidad de igualdad, fuerza del feminismo y la lucha contra las injusticias que sufre el género femenino. En Artenea, hemos decidido aportar a este día mostrando cinco mujeres artistas y sus obras del Museo del Prado, para reconocer el talento de las mujeres artistas y su falta de reconocimiento.

Angelica Kauffman (1741 – 1807)

Autorretrato, 1784 por Angelica Kauffman

De procedencia suiza, Agelica Kauffman pasó toda su infancia en Vorarlberg, parte de Austria, país natal de su familia. La artista recibió su educación en el lienzo gracias a su padre pintor, aunque de escaso talento. Desde una edad temprana, destacaba con la brocha, con la atención de nobles y clérigos, admiradores de sus retratos. El siguiente capítulo de su vida estuvo marcado por los continuos viajes con su padre por Italia. Milán, Bolonia o Roma eran algunos de los destinos elegidos. Todos aquellos lugares pasajeros quedaban encandilados tanto por su talento como por su personalidad. Posteriormente en Inglaterra siguió cosechando éxitos, siendo una de las fundadoras de la Real Academia de Arte de Londres, junto a su gran amigo Sir Joshua Reynolds.

Kauffman era políglota, entendía y hablaba más de cuatro idiomas. La pintura no era el único arte donde destacaba, contaba con un gran talento para la música. En una sociedad obsesionada con paisajes y retratos, la representación humana fue su tema más común en sus pinturas. Pero también cultivó trabajos con temática de historia y consiguió una gran fama y fortuna debido a su capacidad de adaptación y cambio.

En la actualidad sus obras se exponen en los museos más prestigiosos del mundo cómo el Museo Metropolitano de Nueva York, el Museo del Louvre.

Anna Escher von Muralt, 1800

Anna Escher von Muralt, 1800 por Angelica Kauffman

La obra es un retrato elegante de Anna Escher von Muralt, hija de una prestigiosa familia suiza. Su creación ronda alrededor de comienzos de 1800. Un óleo sobre lienzo de 110 cm de alto y 86 de ancho.

La pintura muestra un retrato casi de cuerpo entero, con ropajes similares al estilo clásico, reflejando la manera de vestir de finales e inicios de los S .SVIII y S.XIX. La modelo posa con los brazos cruzados y gira su cabeza hacia la derecha con la mirada perdida.

Otros elementos de la obra incluyen el pedestal con un ramo de rosas a la derecha de la protagonista y el paisaje con un templo de planta circular, recordando al mundo antiguo. Los colores blancos combinan con tonos anaranjados .

Sofonisba Anguissola (1535 – 1625)

Autorretrato con caballete de Sofonisba Anguissola, 1556.

Nacida en Cremona en torno a 1535 en una familia aristocrática relacionada con la burguesía genovesa. Al igual que sus hermanas, recibió una educación pionera en la época en la que las bellas artes, la literatura y la música fueron los pilares de un extenso y profundo programa académico. Precisamente, dicha formación unida al talento de Sofonisba, la llevaron a ser una de las mujeres más relevantes de la historia del arte. Entre sus maestros destacan nombres como Bernardino Campi, Bernardino Gatti e incluso el propio Miguel Ángel, quien reconoció el ingenio de la cremonesa cuando apenas alcanzaba los 20 años de edad.

A pesar de los obstáculos que su condición femenina le suponía, consiguió convertirse en una de las firmas con más renombre del panorama artístico del Renacimiento italiano. Las costumbres de la época imposibilitaban que una mujer de su clase social pudiera visionar cuerpos desnudos dificultaban la posibilidad de que pudiera perfeccionar su técnica en cuanto al modelado anatómico. Por ello, se especializó en el retrato a partir del estudio del aspecto de sus familiares y su propia imagen, quienes protagonizan gran parte de su obra.

Su popularidad la llevaría a viajar a España como dama de Isabel de Valois, consorte del rey Felipe II. Pronto se ganaría la confianza de su señora y el resto de miembros de Palacio, convirtiéndose también en tutora de las hijas menores del matrimonio.

Durante esta etapa su producción artística se desarrollaría junto a la del pintor Alonso Sánchez Coello. Tal estrecha sería esta relación que durante siglos se atribuía el famoso Retrato de Felipe II expuesto en el Museo Nacional del Prado a  Sánchez Coello. Sin embargo, las últimas investigaciones al respecto confirman que la pieza es obra de Sofonisba, que a su vez realizó el Retrato de la Reina Ana de Austria, cuarta esposa del rey, para que fueran expuestos juntos.

Retrato de Felipe II, 1573

El oleo sobre lienzo ejecutado por Sofonisba sirve como prueba del lucidez de la artista. La autora es capaz de captar la personalidad y psicología del modelo a partir de su presencia física.

Su mirada distante y su perfil sereno manifiestan la sobriedad y poderío de reinado. Asimismo, el personaje muestra solo la parte superior de su cuerpo ataviado con una casaca negra sobre la que cuelga una capa del mismo color. Destaca también el detalle del  o Toisón de Oro que cuelga de su cuello, así como el rosario sostenido en su mano izquierda. Además, llama la atención el encaje de las mangas y el cuello del monarca, cuya claridad contrasta con la oscuridad del resto de ropajes. 

Retrato de Felipe II, 1573 de Sofonisba Anguissola

Por otro lado, cabe destacar el ingenio con el que trata la iluminación del posado. Pues a pesar de la penumbra gris del fondo y el vestuario apagado del protagonista, el rostro del monarca sirve como foco de luz para alumbrar la escena.

Clara Peeters (1594 – 1621)

Mujer sentada ante una mesa de objetos preciosos, 1618 por Clara Peters

Proveniente de la provincia de Amberes cuenta con una biografía con fisuras. Se estima que nació entre los años 1588 y 1590, gracias a diferentes obras donde se puede observar un período de aprendizaje. Su primer cuadro fue fechado en 1607 y su formación artística es todo un misterio. La pintora flamenca fue pionera en el género del bodegón y naturaleza muerta, en ellos se encuentran representados todo tipo de alimentos, vajillas y animales, precursora de la época Su autorretrato escondido a lo largo de su obra demuestra su habilidad preciosista.

Otras características de sus obras muestran su interés por la atención al detalle, habilidad a la hora de distinguir texturas y simbolismo religioso en un gran número de ellas. Debido a su sexo, su trabajo no fue valorado en función de su talento.

Bodegón con flores, copa de plata dorada, almendras, frutos secos, dulces, panecillos, vino y jarra de peltre (1611)

La obra tiene una composición con dos partes muy equilibradas. En una primera estancia, los objetos parecen colocados aleatoriamente, buscando el mayor realismo posible. A su vez, la posición de los objetos tienen como objetivo mostrar una vista clara y frontal de todos ellos.

Las flores son un recordatorio de cómo los primeros bodegones se relacionaban con las ilustraciones científicas. El narciso que se encuentra en la posición más alta recuerda a un grabado de flores de Adriaen Collaret.

Bodegón con flores, copa de plata dorada, almendras, frutos secos, dulces, panecillos, vino y jarra de peltre de 1611 por Clara Peters

La artista introduce su autorretrato en la copa dorada y la jarra de peltre, cuatro y tres veces respectivamente. Son firmas y representaciones propias en las obras como forma de identificación femenina en una profesión dominada por hombres. Otro elemento de esta técnica, es el ilusionismo. Nos permite transmitirnos al momento donde se pinta la obra.

Las frutas representadas muestran la estación invernal, un pretzel mordido que busca incrementar el realismo del cuadro. Gracias a la imagen infrarrojas podemos observar el método de trabajo de Peeters, el eje vertical de la copa de plata dorada dibujada con un lápiz negro, justo en el centro de la tabla. Al mismo tiempo, trazos tan regulares que incitan a pensar en el uso de una plantilla.

Rosa Bonheur (1822 – 1899)

Rosa Bonheur con un buey, retrato de Edouard Louis Dufube en 1857

Rosa Bonheur fue una pintora, escultora e ilustradora francesa nacida en 1822 en Burdeos. Fue una de las artistas femeninas más conocidas del siglo XIX. Al igual que en el caso de Sofinisba, sus hermanos también formaron parte del panorama artístico de su época. Auguste y Juliette se convertiría en pintores de paisajes y animales, mientras que Isidore se dedicaría a la escultura.

Se formó en el taller de su padre, Raymond Bonheur, quien años más tarde fundaría una academia de pintura para mujeres en París. Desde la capital francesa, Rosa comenzaría a aprender copiando los animales que poblaban las obras de Rubens, Gericault o Poussin expuestas en el Museo del Louvre.

Su inicial fama le permitió exponer en el Salón de París de 1843 y obtener las medallas en la Exposición de Rouen durante las ediciones de 1843 y 1844, así como diferentes reconocimientos en 1845 y 1846. No obstante, sería la obra Feria de Caballos (1852), actualmente expuesta en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, la que le haría alcanzar prestigio internacional en 1853 al presentar la obra en el Salón de París.

Su brillante producción completa una vida personal igualmente intensa. Desde joven se declaró abiertamente lesbiana, compartiendo su vida con diferentes mujeres como Nathalie Micas o Anna Elizabeth Klumpke.

El Cid o Cabeza de León, 1879

La obra conforma parte de la colección permanente del Museo del Prado gracias al regalo que Gambart, marchante de Rosa Bonheur, ofreciera al Museo en 1879.

Se trata de una pieza única debido a su particularidad. Muestra un primer plano de un ejemplar de león macho que mira directamente al espectador. El realismo del animal y la majestuosa melena que porta generan la sensación de encontrarse ante el retrato de una figura humana con sentimientos y expresividad propia.

El Cid o Cabeza de León, 1879 por Rosa Bonheur

Además, el color azul del cielo en contraste con el pelaje rubio del león aumentan el ritmo de la escena aportándole viveza y ritmo.

Artemisa Gentileschi (1593 – 1654)

Autorretrato como alegoría de la pintura, por Artemisa Gentileschi en 1638

De origen romano, Artemisa Lomi Gentileschi es considerada una de las principales figuras del barroco italiano. Su obra muestra ciertas influencias de Caravaggio en cuanto a la fuerza expresiva, la teatralidad, el dinamismo de sus representaciones. Los rasgos importados del genio milanés aparecen gracias al papel de Orazio Gentileschi, padre de Artemisa y de quien heredaría su pasión por la pintura. 

Gracias a las lecciones aprendidas en el taller de su progenitor, desarrollaría un estilo propio marcado por la representación de una temática religiosa e histórica, especialmente protagonizada por personajes femeninos. El protagonismo otorgado por Artemisa a las mujeres en sus piezas como papel activo de las acciones ilustradas, y no como actor pasivo de la misma, hace que en su producción puedan leerse una narrativa cercana al feminismo.

Sus esfuerzos consiguieron hacer de ella una pintora reputada en su época, que a su vez le permitirían trabjar en diferentes ciudades de su país natal atendiendo a los encargos de sus clientes repartidos por toda la nación. Su trayectoria quedaría configurada por las piezas que firmó en Roma, Venecia, Florencia, Nápoles e incluso Londres. Durante la etapa londinense gozo del amparo de Carlos I de Inglaterra.

El Nacimiento de San Juan Bautista, 1635

El cuadro forma parte de una colección de seis obras encargadas por el virrey de Nápoles al taller de Gentileschi para conmemorar la vida del santo. El lienzo narra el momento posterior al parto de Santa Isabel, prima de la Virgen María y madre de San Juan Bautista. La escena repleta de mujeres que asisten a la madre mientras lavan y preparan al recién nacido está ubicada dentro del interior de una amplia estancia iluminada por dos puntos de luz que centran la atención en el pequeño.

Siguiendo la tradición cristiana, Gentileschi incluye también a Zacarías, padre del niño Juan. Según la Biblia, el arcángel Gabriel se apareció ante Zacarías para anunciarle el nacimiento de su primogénito. Sin embargo, este no le creyó por su avanzada edad y la de su mujer.

El Nacimiento de San Juan Bautista, por Artemisa Gentileschi en 1635

Como castigo, quedó mudo hasta que la profecía se cumpliera. Por ello, durante el nacimiento del niño, Zacarías tomo una tablilla para escribir el nombre con elegido para su hijo. Acto después recuperaría el habla. Llama la atención también el juego de luces y sombras, así como los ricos tejidos de las matronas que aportan color al conjunto.