Tras repasar algunas de las mujeres artistas expuestas en el Museo del Prado y el Museo Thyssen- Bornemisza con motivo de la celebración internacional del Día de la Mujer, a continuación nos adentramos en el papel de las autoras femeninas en otro de los centros de referencia del arte en Madrid: el Museo Reina Sofía.

María Blanchard (1881-1932):

Por Paula Cortés, Paula Lasso y Julen Suescun.

María Blanchard | Fuente: Unate


María Gutiérrez Blanchard, conocida como María Blanchard fue una pintora española considerada la mejor exponente entre las pinturas del cubismo. Blanchard nació con la columna deformada a causa de una caída que tuvo su madre durante el embarazo. Esto le produjo una joroba visible que marcó su personalidad y su arte.

El rechazo que su cuerpo causaba en la sociedad forjó que se encerrara en ella misma y se centrara en su relación con el arte. En el arte encontró consuelo y la posibilidad de transmitir belleza, perfeccionar y hallar esa hermosura que su cuerpo le negaba. Una belleza y armonía que logró con creces en sus composiciones pictóricas.

A principios del siglo XX, Blanchard dejó atrás su Santander natal para estudiar Bellas Artes en Madrid y así dedicarse a la pintura profesionalmente. Pasados unos años volvió a Santander, su arte sobresalió y el ayuntamiento de su ciudad le hizo entrega de una beca para estudiar en París.

Estudió en la Academia Vitti en París, pero fue en la Academia María Vassilief donde conoció y se enamoró del cubismo. Blanchard se integró en la corriente, llegando a obtener un gran reconocimiento dentro del círculo de Pablo Picasso y Juan Gris. Aprendió a aplicar las bases del. Movimiento en su trabajo y consiguió obras como El niño jugando con aro (1917) o Composición cubista (1919).

Blanchard logró en sus obras cubistas y posteriormente en sus lienzos más figurativos transmitir un estilo depurado y tierno y plasmar la belleza en retratos de mujeres y de niños, escenas de ocio, bodegones o en el dinámico movimiento de un abanico (Mujer del abanico,1916). En abril de 1932, María Blanchard falleció por tuberculosis a la edad de 51 años dejando atrás grandes obras.

La comulgante (1914):

La comulgante es un lienzo iniciado en 1914 y que María Blanchard abandonará para retomarlo nuevamente en 1920 con motivo del Salón Indépendants de París de 1921, donde lo presentará, junto con otras dos pinturas y dos dibujos, al parecer con el título de Interieur.

El cuadro retrata a una niña vestida de primera comunión, cargada con símbolos religiosos y adornos. Aunque diversos pintores de la época, como Jules Breton y Picasso, abordaron este tema, Blanchard ofrece una representación que evoca más opresión que espiritualidad. La niña se encuentra atrapada en un traje blanco de primera comunión, con una mirada y expresión triste y una postura hierática. La obra ha sido objeto de interpretaciones variadas, con algunos sugiriendo que la rigidez de la niña critica la falta de compasión y amor en la inocencia.

María Blanchard, La comulgante (1914) | Fuente: Museo Nacional de Arte Reina Sofía

Los elementos decorativos del cuadro, como el feo cortinaje rojo y la presencia de la bandera francesa en los angelotes, añaden capas de significado. Aparecen ángeles en lo alto a modo de rompimiento de gloria. Algunos analistas han relacionado estos detalles con la obra de Velázquez y Rousseau “El Aduanero”, sugiriendo una búsqueda de libertad personal y reconocimiento público por parte de la artista. Algunos elementos del cuadro aparecen en el retrato del Papa Inocencio X, en la Venus del espejo y en Las hilanderas, obras todas ellas que articulan enigmas relacionados con la percepción en torno a la figura femenina. En conjunto, el cuadro plantea interrogantes sobre la crueldad en la inocencia, la opresión religiosa y la búsqueda de libertad artística en un contexto social y político complejo.

Delhy Tejero (1904 – 1968):

Por Carlos Tejedor, Jorge Pinela y Mónica Huertas

Delhy Tejero, Autorretrato (1937) | Fuente: Museo Nacional de Arte Reina Sofía

Delhy Tejero, una destacada artista española que vivió entre 1904 y 1968, exhibió una variada gama de estilos y géneros a lo largo de su carrera. Su obra se distingue por su transición desde el regionalismo hacia la abstracción, transitando por el cubismo y el surrealismo. Durante su vida, Tejero demostró una actitud ecléctica, permitiéndole explorar con naturalidad diversas tendencias y géneros. En sus últimos años, se enfocó en el paisaje y el retrato después de dedicar una década a la abstracción.

Además de su faceta como pintora, Tejero destacó como ilustradora gráfica y muralista. Su extenso cuerpo de trabajo comprende pinturas, dibujos y murales, exhibidos en varios museos y galerías. Algunas de sus piezas más reconocidas incluyen Viuda Rica de Toro (1933), Castilla (1932), Mercado Zamorano (1935), Labradora de Toro (1946) y Zamorana (1934). A pesar de no gozar de amplio reconocimiento en vida, la obra de Delhy Tejero ha suscitado interés y estudio en años posteriores, exposiciones dedicadas a su trabajo y libros que exploran su personalidad y contribución al arte han surgido.

Es crucial destacar que Delhy Tejero fue una artista prolífica y versátil, cuya creación refleja su evolución a lo largo del tiempo y su habilidad para explorar variados estilos y técnicas. Su legado artístico sigue siendo objeto de aprecio y estudio en la actualidad.

Las brujas con candiles (1932):

Las Brujas con Candil es una obra fascinante de Delhy Tejero que nos transporta a un mundo mágico y enigmático. A través de su dominio del color y la composición, Tejero logra crear una atmósfera cautivadora llena de misterio y encanto.

En esta obra, podemos apreciar la maestría de Tejero en la representación de las figuras femeninas, que se presentan como brujas en un bosque oscuro iluminado por candiles. Cada una de las brujas está cuidadosamente detallada, con gestos y expresiones que evocan una sensación de intriga y poder sobrenatural.

Delhy Tejero, Brujas con candil (1932) Tintas y gouache sobre cartulina de color. 31 x 44,5 cm. Fuente: Museo Nacional Reina Sofía

La elección del título Las Brujas con Candil traslada a un mundo de magia y hechicería, donde estas figuras enigmáticas guían a través de su luz tenue en la oscuridad. La combinación de elementos realistas y fantásticos crea una tensión entre lo familiar y lo desconocido, lo que lleva a reflexionar sobre lo oculto y lo invisible en nuestras propias vidas.

La paleta de colores utilizada por Tejero en esta obra es notable. Los tonos oscuros y profundos del bosque contrastan con los destellos de luz de los candiles, creando un juego de luces y sombras que resalta la atmósfera misteriosa y dramática de la escena. De estas cinco musas o ayudantes, de los que hizo abundantes dibujos, además de trasladarlos a otros materiales: el trapo y el latón. Debido a la influencia surrealista era común encontrar personajes ficticios de manera recurrente, como las brujas, que solíanaparecer en lugares misteriosos acompañadas de técnicas experimentales de dibujo. Estas destacaron en la pintura de Delhy Tejero a finales de los años veinte y principios de los treinta.

Maruja Mallo (1902-1995):

Por Bárbara Hossein.

Maruja Mallo. Fuente: Portada del catálogo de la galería Guillermo de Osma.

Maruja Mallo nace en 1902 en Viveiro, Lugo y posteriormente se traslada a Madrid para estudiar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando que dejará debido a su encorsetado sistema. Durante su estancia en Madrid, entabló una gran amistad con el que sería el creador y padre del Surrealismo; Salvador Dalí, gracias a su presencia en la Residencia de estudiantes de San Fernando (centro neurálgico de la Generación del 27). Incluso, el creador del Manifiesto Surrealista André Bretón compró una de sus obras surrealistas llamada El Espantapájaros (1929).

Pero Maruja no se dejó llevar por las corrientes de los ismos qué afloraban a su alrededor, ya que ella siempre se consideró una pintora libre, es decir, no quería anclarse a un estilo pictórico. Es por ello, que exploró con distintos movimientos a lo largo de su trayectoria profesional.

Con la llegada de la Guerra Civil, fue una de las muchas artistas exiliadas. Pasó mas de dos décadas en Argentina, pero realizó diversos viajes a Nueva York o Paris, donde continuó con su obra artística reflejando distintos temas como: la religión, naturalezas vivas e incluso la propia Guerra Civil. Finalmente regresó a España tras un cuarto de siglo en el exilio a los 60 años.

Canto de las espigas (1939):

Esta obra, considerada por la propia Maruja Mallo como una de las más simbólicas y emblemáticas de su producción, es una obra por y para el pueblo español. Fue creada en Argentina durante su larga estancia y exilio, marcado por la disonancia entre el régimen establecido y su base ideológica.

Este óleo sobre lienzo forma parte de una serie que la artista llamó Religión del trabajo, dedicada a representar las labores del mar y del campo. Compuesta por siete obras de distintos tamaños, la serie se inició con el cuadro Sorpresa del trigo (1936), obra en la que predomina lo enigmático. Cinco de estas obras de gran tamaño están inspiradas en el mar, mientras que el resto en la vida agrícola.

Maruja Mallo, Canto de las espigas (1939). Fuente: Museo Nacional de Arte Reina Sofía

Canto en las espigas destaca no solo por su formato horizontal, sino por su contenido y profundidad. No sólo destacamos de esta serie su expresividad y vanguardia, sino también la manera que Maruja Mallo tiene de convertir esta en un símbolo popular, ligado a las luchas de movimientos obreros del pueblo español, logrado con creces su objetivo.

Ángeles Santos Torroella (1911 -2013):

Por Alba Pastor y Luis Ríos.

Ángeles Santos Torroella, Autorretrato (1928). Fuente: Museo Nacional de Arte Reina
Sofía.

Ángeles Santos Torroella (Portbou, 7 de noviembre de 1911 – Madrid, 3 de octubre de 2013) fue una de las grandes pintoras y artistas gráficas españolas, cercana a la Generación del 27.

Cuando apenas tenía 18 años, pintó el cuadro Un mundo (1929), un óleo que la consagra como pintora surrealista. Al año siguiente, sería internada en un psiquiátrico durante un mes y medio, a petición de su familia. Sobre esta experiencia, afirmará más tarde: “Estaba nerviosa y solo me apetecía llorar. No sabía lo que quería». Esta frase es un presagio certero de lo que pintaría después, La Tertulia, una obra sobre el machismo estructural que vivió en sus carnes. En este contexto represivo, Ángeles Santos no se ajusta a los roles de género de la época y es señalada como histérica, algo que compartió con otras artistas, como la surrealista Leonora Carrington.

Este hecho cercenó para siempre su carrera en ascenso. La tercera obra más reseñada sería Autorretrato (1929), que junto a Un mundo y Niñas haciendo música (1929) participa en el IX Salón de Otoño, celebrado en el Palacio de Exposiciones del Retiro en Madrid.

La pintora vivió 103 años y sería homenajeada antes de morir en el Museo Nacional de Arte
Reina Sofía, donde se exhiben sus pinturas más emblemáticas.

La Tertulia (1929):

La Tertulia se acerca a plasmar objetivamente la realidad, con acento en la problemática social que vivían las mujeres de principios del siglo XX, donde convive la pugna por su libertad y el machismo más reaccionario. Su pintura es menos experimental y más comprometida y directa que su obra previa. Debido a ello, algunos críticos de arte la enmarcan en la Nueva Objetividad alemana. También se advierte influencias de El Greco y de José Gutiérrez Solana y su Tertulia del Café de Pombo (1920).

Ángeles Santos Torroella, La Tertulia (1929). Fuente: Museo Nacional de Arte Reina Sofía,
Madrid.

A diferencia de esta obra, los hombres ejercen su tertulia en el espacio público, y son más numerosos. Por contrapartida, las mujeres retratadas están recluidas en el espacio doméstico. Allí, en ese entorno claustrofóbico, es donde ejercen sus pequeñas libertades: leer, fumar y vestir falda por encima de la rodilla. No se miran entre ellas y da la impresión de que no pronuncian palabra. Sus posturas denotan incomodidad, contorsionismo, a diferencia de los hombres que están de pie o sentados. Las mujeres están envueltas en un aura tenebrosa y de una belleza misteriosa, que se ve reforzada por una paleta de colores oscuros, a excepción del rojo y el azul.

Juana Francés (1924-1990):

Por José Luis Molina Villegas y Joy Charrie Espinoza.

Retrato de Juana Francés en su estudio,1958. Foto tomada de: http://www.taldiacomohoy.es

Juana Concepción Francés nació en Alicante el 31 de julio de 1924. Al terminar la Guerra Civil, en 1941, se trasladó con su familia a Madrid. En 1945 ingresó en la Escuela Central de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, con quien contó de maestro a Daniel Vázquez Díaz (1882-1969). Más tarde viajó a París con una beca del gobierno francés donde termina su formación.

Entre los años 1954, 1960 y 1964 representó a España en la Bienal de Venecia y en 1956 conoció al escultor Pablo Serrano con el que desde entonces convivió, con el que más tarde contrajo matrimonio y mantuvo esa relación hasta el final de su vida.

Fue una pintora española, única mujer miembro y fundadora del Grupo El Paso, fundado en 1957 con la firma del primer manifiesto del grupo por Rafael Canogar, Luis Feito, Juana Francés, Manolo Millares, Manuel Rivera, Antonio Saura, Pablo Serrano y Antonio Suarez.

El Paso fue sin duda el grupo de mayor relevancia en la configuración y definición de la vanguardia española de posguerra. Francés fue una incansable investigadora plástica, transitando indistintamente entre la abstracción y la figuración, entendiéndose ambos conceptos no de manera antitética sino complementaria.

Juana fue la única mujer del colectivo y por tanto un caso único en el arte contemporáneo español de vanguardia dominado casi en exclusiva por hombres. Francés fue una incansable investigadora plástica, tanto en la abstracción como en la figuración, complementando ambos ámbitos entre sí.

Maternidad (1952):

En esta representación la madre ocupa el centro compositivo y destaca con un vestido amarillo. A su lado vemos otra figura femenina, quizás la hija mayor, que descansa la cabeza sobre sus hombros y cierra los ojos, apoyándose en ella o intentando reconfortarla.

Con sus manos desproporcionadas, la madre rodea los hombros de su hija pequeña, tal vez en referencia a la protección, pero también parece ejercer cierto control, pues atenaza su inquieto movimiento infantil. También se puede leer en la niña un gesto neutral, una especie de ignorancia hacia el entorno que le ha tocado vivir. No es una estampa familiar alegre, sino una representación de su decadencia, las figuras evidencian gestos cansados, preocupados y tristes.

Juana Francés, Maternidad (1952). Fuente: Museo Nacional de Arte Reina Sofía, Madrid.

Juana Francés podría estar mostrando la realidad de las mujeres, hijas de la guerra, cuya única función es estar quietas, tranquilas, pero no pueden evitar reproducir en el gesto un claro descontento. Es una doctrina que las más jóvenes comprenderían con el paso del tiempo, y que tendrían que transmitir a sus hijas para poder sobrevivir en un mundo hostil.

Sus obras fueron expuestas en Londres, Venecia y Nueva York como una de las artistas españolas de vanguardia más importantes del siglo XX.